domingo, 30 de agosto de 2009

El Evangelio de los Vampiros

Libro primero

Génesis

CAPITULO I

1 En el principio fue la oscuridad.
2 Una densa, ilimitada negrura, enlazaba los siete vértices del universo.
3 Nada existía fuera de Lo Que No Tiene Forma.
4 Y la oscuridad palpitaba con el primer suspiro.
5 El suspiro se deslizó por los siete vértices hasta convertirse en el primer Orgasmo.
6 Y la oscuridad engendró a los primeros seres, hijos de lo Que No Tiene Forma.
7 Los hijos de la oscuridad y de lo Que No Tiene Forma alzaron su voz.
8 El Universo escuchó por vez primera a las Criaturas de las Tinieblas.
9 No existía el dolor ni las lagrimas; no existía la alegría ni el placer.
10 Únicamente las profundidades internas unidas a la negrura de las profundidades externas. 11 Y las criaturas de las Tinieblas recorrían el Universo en libertad.
12 No existían limites, no existía el principio ni el fin.
13 Viajaban fugazmente recorriendo los siete principales vértices, y los miles de ilimitados vértices en expansión constante.
14 Algunos, sólo algunos de ellos eligieron un mundo cubierto por aguas oscuras.
15 Y este mundo fue nombrado Aradia.
16 He aquí el Primer Misterio, la llave a esta Dimensión.
17 Pero este mundo fue elegido también por otro Ser.
18 Él se nombró a sí mismo el Creador.
19 Nacido de la oscuridad, se rebeló ante ella. Así, el velo fue rasgado.
20 Y el Espíritu del Ser se movía sobre las aguas.
21 Mientras en los siete vértices la oscuridad sintió por vez primera el dolor.
22 Rebelándose a las profundidades internas, al no-principio y no-fin, se declaró principio y fin. 23 Y dijo: "Hágase la luz".
24 Por siempre la oscuridad había albergado a los hijos de la oscuridad y de lo Que No Tiene Forma.
25 Pero la luz alteró al Universo por siempre.
26 Los siete vértices fueron rotos. El Universo fue violado con resplandores. Estos fueron nombrados Estrellas.
27 El fuego fue creado. Fue creado el dolor. Fue creado el principio y el fin. La muerte y la vida. El bien y el mal. La noche y el día. Amor y odio. Verdad y mentira. Alfa y omega.
28 El creador se apodero del Universo y de la oscuridad.
29 Lo Que No Tiene Forma fue negado y el Ser ocupó su lugar.
30 En el caos resultante, las Criaturas de las Tinieblas gritaron de dolor, se calcinaron en el fuego de las estrellas; enloquecieron cuando el Bien y el Mal penetraron sus voces; y gimieron de agonía al ser encerrados en un cuerpo donde existía el principio y el fin.
31 Los que eligieron el mundo cubierto por las aguas fueron cegados con los primeros rayos de un sol maligno.
32 Y el tiempo comenzó a transcurrir.
33 Siete eras de dolor, ceguera, agonía y muerte. Estos fueron los siete días de la creación.

34 La miseria nombrada Vida se expandió en Aradia, que desde entonces fue llamada Tierra. 35 Pues las aguas habían retrocedido.
36 Donde una vez hubo oscuridad y el hielo lo cubría todo, el mar se replegó y la vida fue engendrada en la Tierra.
37 Flores surgieron del cadáver de la Nada; Seres diminutos llegaron de los mares para pervertir los suelos, ríos y montañas.
38 Y estos seres crecían y se consumían unos a otros. Depredadores atacaban a los débiles.

39 De esta forma el Creador estableció su caos en el Universo y en la Tierra.
40 Las Criaturas de las Tinieblas no pudieron oponerse al Caos, pues el Caos lo abarcó todo hasta el infinito, los siete vértices rotos y los miles de vértices que ya no se expandieron más.

41 Y este desorden fue llamado belleza.
42 En el séptimo día el Creador descansó.
43 Las Criaturas de las Tinieblas, ante el Caos de la luz, se había replegado sobre si mismas, buscando en su oscuridad interna.
44 Pues en ella aún había sabiduría.
45 Así aprendieron a expandirse a pesar de los límites que les habían sido impuestos.
46 Y la oscuridad de las Criaturas de las Tinieblas renació en el séptimo día, mientras el Creador descansaba.
47 Las profundidades internas volvieron a comunicarse con las profundidades externas.
48 A pesar de la luz, en pleno día, los siete vértices fueron restaurados, y cada uno restauró a sus miles de vértices, mas ya no en expansión constante.
49 El dolor no pudo ser borrado, ni la alegría, ni el amor, ni el tiempo, ni la muerte.
50 Aunque las Criaturas de las Tinieblas son intemporales, habrán de tener un fin. Como tendrá el caos. Pero el fin es la apertura a nuevos ciclos.
51 Este es el Segundo Misterio. Quien tenga entendimiento, obtenga la llave a esta dimensión.

CAPITULO II

1 El creador despertó de su descansó al octavo día.
2 "He aquí", proclamó, "he descubierto la restauración parcial del Universo;
3 Y este es mi castigo a las Criaturas de las Tinieblas:
4 Malditas sean por siempre, maldita la oscuridad que las engendró, maldita la no-conciencia;

5 Sean repudiadas por los Seres de la Tierra, de lo que hay debajo de la Tierra y el Cielo;
6 Sea la Muerte para ellas al cabo de mil eras de melancolía;
7 Yo, el Creador, prohíbo que el Caos se restaure.
8 Por que ésta es mi palabra permanecerá hasta el fin de la eternidad".
9 Mas el Creador estaba solo en su luz.
10 Nada escuchó su maldición.
11 Por lo que dijo: "Creare aliados".
12 Y fueron hechos los ángeles, las criaturas de luz.
13 Vio el Creador que los aliados eran buenos para él, pues cantaban sus alabanzas.
14 Mas la música no fue hecha por las criaturas de luz; les fue robada a las Criaturas de las Tinieblas.
15 Cuando estas viajaban fugazmente a los siete vértices en busca de refugio.
16 La música fue el primer Arte; la música permitía a las Criaturas de las Tinieblas transitar de vértice a vértice.
17 La música es la puerta a todas las dimensiones, este es también parte del Segundo Misterio. 18 Mas aconteció que la música fue violada por las Criaturas de la luz que acompañaban al Creador por las regiones etéreas.
19 El silencio de las Tinieblas fue grande al proclamarse la victoria de la luz y la confusión en las lenguas.
20 En las Tinieblas, un Ser se adelantó a los demás y se dirigió al infinito oscuro:
21 "Por que nosotros no hemos sido nombrados, un nombre nos otorgaremos.
22 Para que el Creador nos reconozca al desafiarlo; mas no serán sus nombres, sino Nuestros Nombres".
23 Y he aquí todas las Criaturas de las Tinieblas fueron nombradas a sí mismas, sirviéndose de las lenguas que les habían sido impuestas para confusión.
24 Y llevaron por nombre Marduk, Innana, Ereshkigal, Mictlantecuhtli, Ctulhu, Unukalai, Lilith, Esfinge, Baphomet, Drakull, Tor, Yog-Sothoth, Shub Niggurath, Teutates, Gommatesvara, Tinia, Dharma, Zu, Yima, Vahagn, Ullikummi, Enlil, Atanaesic, Cronos, Agasia-Gigagei, Awonawilona, Ishtar, Kepra, Astarté, Baal, Fudo-myoo, Ukulan-tojon, Isis, Tlaloc, Ahura, Mazda, Moloch, Nehebkau, Mitra, Sraosha, Erlik, Urano, Atius, Zeus, Tirawa, Chac, Dohkwibuch, Dragón, Kali, Nergal, Mantus, Pan, Nija, Hecate, Emma-O, Chemosh, Damballa, Amon, Anubis, Metztli, Supay, Sammael, Yaotzin, Thoth, Supay, Sekhmet...
25 Hasta completar los seiscientos sesenta y seis nombres de la Primer Generación de las Tinieblas.
26 Y todos ellos fueron conocidos por el Creador como El Maligno.
27 Mas no fueron nombrados por el Creador ni por los ángeles, ni por ninguna otra criatura, viva, muerta o no-muerta, sino por ellos mismos.
28 Y la primer generación creció hasta los trece mil nombres, que partieron hacía todos los rincones de tierra, aire, agua, viento y fuego oscuro; al glacial desierto del sur, a las islas sumergidas, soñando bajo las aguas, al espacio exterior más allá de las estrellas y al Centro del Mundo.
29 Este es el Tercer Misterio, la puerta ala comprensión de los trece mil nombres.
30 Los nombres fueron registrados en el primer libro escrito por ser alguno.
31 Y este libro es el Espejo de la Eternidad.
32 Sus páginas fueron escritas por las Criaturas recién nombradas, para que no fuera olvidado el día de la Rebelión Melancólica.
33 Cuando fueron liberadas las otras Artes, para gloria de la oscuridad.
34 Quien tenga entendimiento, comprenda el nombre del Ser oscuro que se adelantó para hablar con sus hermanos.
35 Su nombre es Ubbo Sathla.
36 Las Criaturas de las Tinieblas atestiguaron la creación de los ángeles. El creador no pudo apartarlos de su presencia.
37 Pues ellos eran oscuridad, y aunque el Creador la había negado en si mismo, seguía siendo hijo de la oscuridad.
38 Y la oscuridad esta en él desde el principio, y lo estará hasta el fin de los tiempos.
39 Así, los hijos de las Tinieblas conocieron el nacimiento en dolor de los hijos de la luz.
40 Para los ángeles, en el principio fue la luz.
41 Una densa, ilimitada luz los esclavizaba a los siete vértices del Creador.
42 Mas ellos mismos descubrirían que también poseían oscuridad.
43 Después de la Ruptura, el universo y los seres poseían luz y oscuridad. La poseen, y la poseerán por siempre. Así sea.

CAPITULO III


1 Aconteció que los ángeles descubrieron su oscuridad mientras viajaban por las regiones etéreas.
2 Teniendo ya grandes riquezas y honores, ángeles y arcángeles negaron su sabiduría y se aceptaron como seres de luz pura.
3 Todos menos uno. El nombre de éste era Luzbel, arcángel gobernante de muchas legiones, músico en las regiones celestes.
4 Viendo Luzbel que estaba formado por oscuridad quiso tener comercio con los hijos de las Tinieblas.
5 Pero sabia que tal comercio estaba prohibido por el Creador.
6 Por eso fue ante el Creador y cuestionó su prohibición.

7 Y el Creador lo maldijo con estas palabras:
8 "Tú, mi querubín protector, has sido hallado culpable de traición, Sea, pues, la guerra entre tú y yo".
9 Así, la guerra fue hecha en el Cielo.
10 Habló el Creador a sus miríadas de ángeles, querubines, serafines y arcángeles.

11 Mandándoles desterrar a Luzbel y a los ángeles que, con él, no habían negado la sabiduría.
12 "He aquí", les dijo "he construido una dimensión ajena a las Criaturas de las Tinieblas, para que Luzbel y sus legiones permanezcan por siempre en dolor y tormento, en el lago de fuego que no tiene fin, donde arderá asimismo el género humano que estoy por crear, donde serán atormentados todos aquellos que vomitaré de mi presencia, y donde al final de los tiempos arderá la Bestia, el Falso Profeta y las Criaturas de las Tinieblas;
13 Por que yo soy el Creador, y he escrito lo que acontecerá en el futuro, en las siete dimensiones, hasta el día en que, cansado, habré de morir destruyendo al Universo".
14 Y por esto fue exaltado por arcángeles, querubines, serafines y ángeles.
15 Más el Creador contempló el futuro, y vio que volvería a quedarse solo.
16 Y pensó en la humanidad, a la que haría a su imagen y semejanza, con toda su crueldad, capricho, y con todo su Amor.
17 Mas el Amor fue perverso desde su origen, pues formaba parte de la luz.
18 Fue el amor el que llevó al Creador a negar su oscuridad.
19 Fue el Amor el que venció a Luzbel y sus ángeles en la batalla del Cielo.
20 Un lamento cruzó las puertas de las siete dimensiones, despertando a las Criaturas de las Tinieblas que dormían tras haber sido nombradas así mismas, tras haber atestiguado la creación de los ángeles.
21 El lamento de Luzbel en su caída.
22 Estos fueron los acontecimientos de la guerra en el cielo; mas para quien tiene entendimiento es posible experimentarlos en este momento.
23 Tal es el Cuarto Misterio, la Puerta a la Guerra en el Cielo.
24 Dijo entonces el Creador a Luzbel:
25 "Seas precipitado en este lago de fuego por el resto de tus incontables días; seas odiado por los seres humanos que he de crear; seas odiado por las Criaturas de las Tinieblas, a las que ordenaré odiarte, o serán destruidas".
26 Pero las Criaturas de las Tinieblas se volvieron hacia Luzbel, dando la espalda al Creador.

27 Pero el Creador dijo: "Hágase la destrucción".
28 Mas las eras han pasado, y la destrucción no ha llegado para las Criaturas de las Tinieblas.

29 Entonces sentenció el Creador "Aliadas sean, criaturas, a Luzbel, sea el nuevo nombre de éste Satán, que significa el adversario; sea el infierno morada de los seres oscuros, y de los ángeles que aceptaron la sabiduría, pues yo soy el único, el privilegiado, el digno de todo honor y toda gloria;
30 Malditos sean los seres ajenos a mí, incluyendo al género humano, al que estoy a punto de crear".
31 Y esta fue la respuesta de Satán, y de las Criaturas de las Tinieblas:
32
33 Mas la respuesta es un misterio que aún no puede ser revelado.


CAPITULO IV

1 Tal fue la naturaleza del barro que engendró a la humanidad.
2 Y los seres humanos eran estúpidos, deambulaban por la faz de la tierra asesinando a todo ser viviente y a ellos mismos.
3 Nunca antes se había visto a seres de igual especie depredadores de sí mismos.
4 Y el Creador estaba complacido.
5 Aún así, el Creador construyó un jardín de perversa bondad y aberrante belleza en Edén, al oriente.
6 Y lo llamó Paraíso.
7 No existía la muerte en el Paraíso; ni el dolor ni las lágrimas; ni la alegría, ni el placer.
8 El Paraíso era como al principio de la oscuridad; pues el Creador sentía nostalgia por el estado primigenio.
9 Y creó a un ser llamado Adán.
10 No fue este el primer humano sobre la tierra. Los humanos engendrados por el barro ya cazaban y se mataban entre sí ante la vista de las Criaturas de las Tinieblas.
11 Adán fue formado del polvo de la Tierra y el Creador insufló en su nariz aliento de vida, de modo que el hombre vino a ser alma viviente como las otras. Más Adán seria diferente para el Creador.
12 Pues Adán solo estaba hecho de luz. Por tanto, era una aberración en el universo.
13 Hizo brotar el Creador toda clase de árboles de hermoso aspecto y frutos buenos para comer, y en el medio del jardín el árbol al que llamó de la vida, y el árbol al que llamó del conocimiento del bien y del mal.
14 Mas éste era el árbol de la oscuridad, surgido de la semilla de lo Que No Tiene Forma.

15 Robado desde el principio de la luz y sembrado para gozo de las criaturas que negaban su oscuridad.
16 Pues el árbol de la oscuridad era torcido y raquítico, mas sus frutos producían sabiduría.

17 Por esto, el Creador prohibió a Adán comer del árbol del bien y del mal, que en realidad era el árbol de la oscuridad.
18 Mas la serpiente era hija de las Tinieblas e instruyó a Adán y a Eva, su mujer, en el uso de los frutos del árbol de la oscuridad.
19 Adán, el raciocinio, se opuso; Eva, la emoción, escucho ala serpiente y comió del fruto de la oscuridad.
20 He aquí la gran traición; el Creador envenenó los frutos con el discernimiento del bien y del mal; el amor y el odio, la alegría y la tristeza, la muerte y la vida.
21 Por que se había arrepentido de crear un Paraíso en medio del Caos, un ser humano perfecto en medio de los estúpidos seres.
22 No sería esta la ultima ni la primera vez que el Creador aborrecía su creación.
23 Adán y Eva descubrieron que estaban desnudos y se escondieron al paso del creador que se paseaba en el jardín al tiempo de la brisa del día.
24 El creador llamó a Adán y le dijo: "¿Dónde estas?"
25 Este le contestó: "Oí tu paso por el jardín y tuve miedo, por que estoy desnudo; por eso me escondí".
26 Más el dijo: "¿Quién te ha dicho que estas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del cual te prohibí comer?"
27 Respondió Adán: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí".
28 Esto fue escuchado por las Criaturas de las Tinieblas, quienes no sintieron compasión por Adán y Eva; pues la compasión no existe en la oscuridad. Más aguardaban los eventos.
29 Y he aquí, Dios expulsó a Adán y a Eva por haber comido del fruto que él mismo envenenó con el discernimiento para perdición.
30 Mas la serpiente sería adorada por la mujer hasta el fin de los tiempos.
31 Y fue llamada Kundalini.
32 El Creador culpó a Adán y Eva de cometer traición, y esto fue llamado pecado; y la culpa de este pecado fue transmitida a toda la raza humana que deambulaba estúpida pero libremente por la faz de la Tierra.
33 A partir de entonces, los humanos no fueron más libres, pues sus conciencias los esclavizaban al pecado todo el tiempo.
34 Viendo esto las Criaturas de las Tinieblas, intentaron sanar el Caos una vez más.
35 Pero la ruptura ya estaba hecha; por eso fue escrita la Página de la Ruptura.
36 Fue escrita en el lado oscuro del Tiempo para conmemorar la Gran Frustración; y para romper el tiempo y la muerte.
37 Y la Página de la Ruptura formó parte del Espejo de la Eternidad, al igual que la Página del olvido, de la No-Conciencia, de la No-Muerte, del Principio de los Tiempos, del Fin de los Tiempos y de los Trece Mil Nombres.
38 Y estas Páginas fueron leídas a Adán, para formar una nueva raza sobre la Tierra que desafiara al Creador; más Adán no se atrevió, sino su hijo Caín.
39 Abra sus ojos y oídos internos el sabio: aquí se halla el Quinto y profundo Misterio, la Puerta de la Creación de los Herederos de las Tinieblas, también llamados Vampiros.
Introduccion al Evangelio de los vampiros

“Raza de Caín, sube hasta el Cielo ¡y arroja a Dios sobre la Tierra!”
“ Charles Baudelaire."

“Mi primer acercamiento al Evangelio de los Vampiros ocurrió la noche del 31 de octubre de 1996 en la Carpa Geodésica, donde cada jueves se presentaba Infernalia. “Al término de la función, mientras mis actores y yo nos desmaquillábamos, un hombre literalmente apareció en el umbral del camerino, sin que los demás, aparentemente, lo notaran. Este hombre era muy alto, vestía de negro y tenia la mirada realmente profunda. Su mirada fue lo primero que noté en el espejo del camerino. Sin hablar, me llamó al angosto espacio que hay detrás del escenario. “El hombre tenía otras particularidades en su aspecto, pero por el momento no me es autorizado describirías. Él me tendió la mano, y no me sorprendió sentirla tan fría. La noche lo era. Lo que me sorprendió fue que, simple y llanamente, el hombre dijo ser un vampiro. “-Mi nombre es Dissaor, afirmó. “Me dijo que la obra le había gustado, y que de hecho se la había recomendado otro vampiro, lo cual no sé si llamarlo un honor. Creo que sí. Claro que al principio pensé que se trataba de algún excéntrico. He conocido muchos durante mi paso por el terror. Pero mis dudas quedaron atrás muy pronto. Dissaor podía hacer cosas imposibles para un humano, como reflejarse o no en los espejos, según su voluntad, y aislarme con él del resto del mundo y del tiempo. “ Dissaor me dijo que había despertado de un largo sueño para comunicar ciertas cosas a los seres oscuros, pues era el tiempo de hacerlo. Y que deseaba que yo las escribiera. Desde luego, lo primero que me vino a la mente fue ¿por qué yo? “-No por amor, sino por orden, respondió a mi pregunta mental. “En mis trece años dedicados al terror jamas me había topado con nada igual. Frente a mí estaba alguien que decía ser un vampiro con una especie de misión sagrada, o lo que fuera. Pero yo no soy un Stephen King, ni una Anne Rice, ni un Clive Barker. Aún ahora no entiendo por qué Dissaor eligió a un escritor oscuro como yo. “ Dissaor me dijo que en Europa había alguien que poseía un documento muy importante para los vampiros, y que él, Dissaor, nos pondría en contacto muy pronto. Transcurrió un mes y no volvía saber nada del vampiro, hasta que recibí una llamada telefónica de Grecia. “Se trataba de S..., un anciano con un cargo importante en la iglesia Ortodoxa Griega, que deseaba mantenerse en el anonimato. S. había supervisado un programa de refugio y rehabilitación para las víctimas de la guerra en Bosnia. Una de esas víctimas, un soldado que perdió ambas piernas a consecuencia de una explosión, llegó al refugio Con un extraño paquete que contenía varios pergaminos, al parecer muy antiguos, que había encontrado entre las ruinas de una casa. “S. examinó los pergaminos, que estaban escritos en latín vulgar, y junto con un par de amigos suyos, maestros de Historia en la Universidad de Atenas, establecieron la antigüedad de los pergaminos aproximadamente en doscientos años antes de Cristo. Estos pergami-nos contenían una visión terrible y blasfema de la creación del Uni-verso, los ángeles, la humanidad... y los vampiros. Incluso, el título del libro (porque los pergaminos conformaban el libro) era “DE PROFUNDIS CLAMAVI AD TE", que significa: "Te invoqué desde el fondo del Abismo”. “En su mal inglés, y bastante alterado, S. me juró que la noche anterior a la llamada había recibido visita de un vampiro que se presentó como Dissaor, y que le dijo que el título del libro no era ése, sino El Evangelio de los Vampiros, y que alguien vendría a confirmar-lo. Y que el contenido de los pergaminos, aunque era una versión reciente (¡!), se acercaba más o menos fielmente al manuscrito original que él había escrito siete mil años antes de Cristo! “S. me dijo que Dissaor le había dado mis datos para que me llamara; que tradujera los pergaminos al español y al alemán, y que S. y yo aguardáramos la confirmación de la autenticidad del Evangelio, la cual llegaría muy pronto. “Y llegó a la semana siguiente. Un turco, Yamil AI-Salam comerciante de antigüedades, se comunicó a su vez con S. para informarle de un estudio que había hecho durante años acerca de un libro tan maldito como el Necronomicón, y que constituía una verdadera Biblia de los Vampiros. Y al igual que a nosotros dos, Dissaor lo había visitado para comunicarle sus planes y ponerlo en contacto con nosotros. “De esta forma, quedaba descartada la posibilidad de sugestión o fraude acerca del Evangelio, pues Yamil AI-Salam realmente se había obsesionado con la obra, y nos envió copias de sus investigaciones, que por razones de espacio tal vez reproduzca hasta el próximo libro. Pero a muy grandes rasgos es la siguiente: “-7000 A.C. Dissaor escribe El Evangelio de los Vampiros. -3000 A.C. Naqada II, rey de Egipto, manda copiar El Evangelio de los Vampiros. bajo el título de El crepúsculo y la oscuridad. -1270 A.C. Ramsés 11 obsequia al rey hittita Khattushili una copia de El crepúsculo y la oscuridad al firmar con él un tratado de paz. -334 A.C. Alejandro el Grande se lleva de Persia El crepúsculo y la oscuridad, que es traducido al griego y mantenido en secreto. Sería destruido en el incendio de la Biblioteca de Alejandría. -1054 D.C. Miguel Cerulario, enviado romano, posee una copia del libro, ya bajo el título De profundis clamavi ad te; en el mismo año, los legados del Papa dirigidos por Humberto de Moyenmoutier, cardenal de Silva Cándida, depositan en el altar de Santa Sofía de Constantinopla una bula de excomunión en su contra. -1312. Los Templarios dan al libro su verdadero título: El Evangelio de los Vampiros. Al ser disuelta la orden por Clemente V, los Templarios son torturados y quemados vivos, sin revelar el paradero de este libro y del Speculum aeternum, el más importante libro de la oscuridad. “-1601. La cronología del Evangelio y el Speculum se unen: en la Nueva España, el Tribunal del Santo Oficio confisca ambos libros de la biblioteca del ocultista Fernando de Vilanova, quien es enviado a la hoguera. “-1967. Excavaciones "piratas" en las ruinas de Tchatal Hüyük, en Turquía, encuentran unas tablillas de barro que, en escritura cunei-forme, contienen El Apocalipsis de los Vampiros, que forma parte del Evangelio, con una antigüedad de siete mil años a.C. “-1981. El Apocalipsis de los Vampiros es adquirido por Yamil AI-Salam, quien lo pierde en una apuesta. “-1996. Dissaor decide difundir El Evangelio de Los Vampiros a los seres oscuros. “Esta introducción no pretende que todo esto sea aceptado ciega-mente, pero sí llamar la atención sobre el estudio de Yamil M-Salam, que aporta datos bastante reveladores. Además, EJ Evangelio guarda varias similitudes con la Biblia cristiana, en cuanto a la división en libros, versículos, títulos e incluso ciertos párrafos, que son casi idénticos. Lo sorprendente estriba en que El Evangelio de los Vampi-ros habría sido escrito mucho tiempo antes que la Biblia. “Para cuando este libro sea publicado, S. y yo estaremos cotejando la versión que él posee con la que Dissaor me ha estado dictando durante varias noches. Hemos cotejado ya el Primer Libro (Génesis) y, para nuestra sorpresa, es exactamente igual, ni una palabra más ni una palabra menos. Supongo que esto es para evitar versiones "piratas" de esta obra así como respaldar el dictado de Dissaor con la copia de doscientos años antes de Cristo. “No los culpo si no creen en esto. Yo, que he visto todas estas cosas, aún me resisto a creerlo. Más aún porque Dissaor dice ser el Primero de los Vampiros. Yo no tenía conocimiento de él, pero eso no significa que nadie lo haya tenido. Por lo menos en el pueblo de los Santos Animales saben qué tiene que ver Dissaor con un extraño culto. Tal vez después hable de eso. Por ahora, creo que es más importante pasar al Primer Libro del Evangelio de los Vampiros: Génesis. Para estas fechas, la versión en alemán ya debe empezar a circular en la Europa oscura. Y los demás libros Irán siendo publicados a su debido momento. Hasta entonces.

Maldije la lluvia
Wu King (siglo XIX)

Maldije la lluvia, que, azotando mi techo
no me deja dormir
Maldije al viento, que me robaba las flores de
mis jardines.
Pero tu llegaste y alabé la lluvia. La alabé
cuando te quitaste la túnica empapada.
Pero tu llegaste y alabé al viento.
Lo alabé porque apagó la lampara.

viernes, 21 de agosto de 2009

Julieta no soñada

Adoro tu rebeldía,
tu alma aventurera,
tus inconfesables travesuras
de niña de papa.
Me fascina tu mirada
de mujer lasciva,
mezclada con una Julieta
que Guillermo no soñó,
de senos turgentes
e ingles desbocadas.
En la que se mezcla
la inocencia de niña
y la pasión de mujer fatal.
Me gustas,
porque entre tus risas,
tus lágrimas, y tu voz,
se cuelan trozos de tu alma.
De esa alma que cada día

me encandila más.

jueves, 20 de agosto de 2009

Contrapunto de Pasión (DarkChicona y Alucard)

En el ignoto rincón de mi mente perturbada, te veo a lo lejos.
A media noche me despierto y oigo tu voz en una
lejana una eternidad
tomas nota de mi cuerpo a distancia y lo transcribes en mi piel,
besas mis llantos y bebes mi sangre como diario manjar
pues te sabes en mi......eterno, amante, lleno de sentimiento y recuerdo


A media noche, grito tu nombre hasta que despiertes amada mía...
grito por ti...pero mas por mi...


¿Dudas que te amo? ¿que mas quieres? sigues en este vil juego que terminara matando el profundo amor que a ti me une mas no quiero alejarme,
no quiero perderte siguiendo fiel y devota a la sombra de tu cuerpo que yace fértil a un costado de mi lecho.

Porque eternamente estas en mi y tu recuerdo alojado en mi mente.

Oigo tus gritos y mi piel erizas, respondo al llamado desnudando mi ser.

No dudo, amor...solo a ti te quiero...

En tu mente mora mi humanidad que tan poco humana es a veces
pues los hecho demuestran flaqueza en el sentir
¡No te alejes amor!!!...y si tu eres devota yo soy tu adorador, diosa mía... ¡Tu esclavo...!
¡Ven a mí!!! tómame entre tus brazos, apriétame con fuerza, hazme sentir el placer de ser tuya
esclavo de mi, esclava de tu cuerpo, esclavos de este amor que nos ata como soga irrompible
no quiero alejarme, pero al verte partir la distancia me hace su presa.


Adorando ese ser tan tuyo...mas soy apenas un pobre humano al lado de una diosa...y ante tu grandeza, mi flaqueza es absoluta.

Aunque lloro por no tenerte aquí y dudo de cuanto me amas, tengo la certeza irrefutable que de tu persona siempre seré.

Ama y esclavo...amo y esclava...tu y yo juntos en el camino de la pasión.

Se mi presa como yo lo soy...

Caigo en las fauces de tu amor, moribundo, pero feliz.

Sabes que así es amado, más el verte sobre mí... respirar, el sentir delirio cuando bebes mi sudor, el ver tus ojos entregados y excitados ante mi desnudez.
Es la eterna oscuridad en la que quiero vivir, sin alba.
La muerte nos mira y envidia nuestra entrega, es que nadie nunca la ha amado como nosotros nos amamos.
Gustosa y extasiada de mí te doy la vida, mis labios hidratan tu boca mientras la húmeda pasión brota de mí.
Veo en tus ojos regresar la vida, alucinando con cada centímetro de mi piel.


Que corta es la noche a tu lado amada...rozando tu desnudez, perdido en tu mirada, oliendo tu aroma....lamiendo tu sudor...
Pero ese pequeño trozo de tiempo es una vida para mi, porque estas tu.


Como alucino con cada caricia que en mi depositas.
Sálvame la vida, también arráncamela si así lo quieres,
solo dime que jamás, jamás en este juego cruel llamado vida

me abandonaras otra vez.

¿Abandonarte, cruel?..¿arrancar tu vida?
¿Acaso seria verdugo de mi propia alma?
¿acaso me hundiría en el infierno con mi propia mano?

Ya no quiero autodestrucción, ya no quiero oscuridad ni penumbras en nuestro vivir.
Quiero la luz de tus ojos que se encienden al mirarme.

Sabes que para mi solo hay vida si tus ojos la iluminan...alúmbrame amada mía.

Quiero la salvia de tu masculinidad siempre en mi depositada.
Como luciérnaga voladora a ti siempre me dirijo.


Y a la luz de tus ojos, sacrificare en el altar de la diosa que adoro.

La vida perecedera para ti ya no será…

Déjame morir en ti....
y vuélveme a revivir.


Trayéndote a la eternidad que en mí vive
y haciéndote el ser que me acompañe en este deambular divino.

Con tu divino poder amada...podré caminar siempre a tu lado.

Que al revivirte nos transporta al nirvana más intenso e interminable.....
que deseo no cese jamás.

Ese paraíso lo encuentro solo en tus brazos....
Y mi deseo cada vez crece más.

Que la entrega no concluya amado,
que la distancia sea nada,
la comunión profana sea eterna
y universo de nuestra constelación
en tu deseo vivir, lejos de Cronos,

sin medidas ni pudores
girando alrededor tuyo...

como un satélite con su estrella
liviano y entregado a esta danza bella
De ti no me escapo...

Aunque el veneno de tus labios fluyera............

El veneno de mis labios se neutraliza
con la dulzura de los tuyos amada.
fuegos fatuos... ¿queman?
¿o solo es espejismo?

Espasmos de emoción al saberte en mi amado,
me sobresaltan como eternos eclipses
cuando tú te conviertes en mi luna escondida
sórdida pasión, siempre amante...

Inminente, entregada al amor para amar
así, nuestras venas irrigan vida

recordándonos a través de nuestros labios
la vida que llevamos dentro...

Vivo de ti...
LA LÁGRIMA ( Lord Byron)

Cuando el amor o la amistad debierana

la ternura despertar el alma,
y ésta debiera aparecer sincera
en la mirada,
podrán los labios engañar fingiendo
una sonrisa seductora y falsa;
pero la prueba de emoción se muestra
en una lágrima.

Una sonrisa puede ser a veces
un artificio que el temor disfraza;
con ella puede revestirse el odio
que nos engaña;
mas yo prefiero para mí un suspiro
cuando los ojos, expresión del alma,
por un momento miro obscurecerse
con una lágrima.
El hombre surca el ignorado Océanocon el soplo del viento que lo arrastra,en medio de las olas bramadorasque se levantan;se inclina...y en las olas procelosasque amenazantes a su nave avanzan,mira el abismo, y sus aguas turbiasmezcla una lágrima.
En la carrera de la noble gloria,el valeroso capitán se afanapor ganar con su muerte una coronaen las batallas;pero levanta al que postró en el sueloy sus heridas compasivo baña,una por una, en el sangriento campo,con una lágrima.


Y cuando vuelve, henchido de ese orgullo
que hace latir el pecho que avasalla;
cuando teñida en enemiga sangre
cuelga su espada,
la recompensan todas sus fatigas
al abrazar a su consorte amada
y al darle un beso en sus mejillas húmedas
con una lágrima.

Dulce mansión de mi niñez perdida,
donde la franqueza y la amistad gozaba;
donde en medio de amor vi deslizarse
las horas rápidas;
yo te dejé con un hondo sentimiento,
volví hacia ti mis últimas miradas,
y apenas puede percibir tus torres
tras una lágrima.

Aunque no puedo repetir, como antes,
mi juramento a mi María cara,
a la que fuera para mí otro tiempo
fuego del alma,
tengo presentes los felices días
en que, niños aún, tanto me amaba,
cuando ella contestaba a mis promesas
con una lágrima.

¿En otros brazos puede ser dichosa?
¿Tiene el recuerdo de su edad pasada?
Mi corazón respetará ese nombre
que tanto amaba.
Y dije adiós a mi esperanza loca,
con una lágrima.
Cuando al imperio de la eterna nochetome su vuelo para siempre mi alma;cuando mi cuerpo exánime reposebajo una lápida,si por ventura os acercáis un díadonde mi triste sepultura se halla,humedeced siquiera mis cenizascon una lágrima.
Yo no apetezco mármol...monumentoque la ambición la vanidad levanta;manto suntuoso con que el necio orgullocubre su nada;no darán sus emblemas a mi nombreel falso orgullo ni la gloria vana;lo que yo quiero, lo que pido sólo,es una lágrima.
No despertéis a los muertos
Johann Ludwig Tieck

I- ¿Acaso quieres dormir para siempre? ¿No vas a despertar más, amada mía, sino a descansar eternamente de tu breve peregrinación por la tierra? ¿O volverás otra vez, y traerás contigo el alba vivificadora de la esperanza a este desventurado cuya existencia, desde que te fuiste, han oscurecido las sombras más tenebrosas? ¡Cómo! ¿Sigues callada? ¿Callada para siempre? ¿Llora tu amigo y no le escuchas? ¿Derrama amargas, abrasadoras lágrimas, y no haces caso de su aflicción? ¿Está desesperado, y no abres los brazos y das refugio a su dolor? Entonces di, ¿prefieres el pálido sudario al velo de novia? ¿Es la sepultura un lecho más cálido que el tálamo del amor? ¿Acogen tus brazos mejor al espectro de la muerte que a tu esposo enamorado? ¡Ah!, vuelve, amada; vuelve otra vez a este pecho ansioso y desconsolado. Tales eran los lamentos que exhalaba por Brunhilda, compañera de su amor apasionado y juvenil; así lloraba sobre su tumba en la hora de la medianoche, cuando el espíritu que preside la atmósfera turbulenta envía sus legiones de monstruos a los aires para que sus sombras, al fluctuar con la luna sobre la tierra, envíen locos, agitados pensamientos a desfilar frenéticos en el pecho del pecador: así se lamentaba bajo los altos tilos, junto a la sepultura de ella, con la cabeza apoyada en la fría lápida. Era un señor poderoso de Borgoña que en su temprana juventud se había prendado de la belleza de Brunhilda; belleza que sobrepasaba en encantos a la de todas sus rivales: porque su cabellera oscura como el rostro negro de la noche, derramada sobre sus hombros, realzaba sobremanera el esplendor de su esbelta figura,, y el rico color de sus mejillas, cuyos matices eran como el cielo encendido y brillante de poniente. No semejaban sus ojos a esos orbes cuyo pálido brillo adorna la bóveda de la noche, y cuya distancia inmensurable nos llena el alma de profundos pensamientos de eternidad, sino más bien a los sobrios rayos que alegran este mundo sublunar y que, a la vez que iluminan, inflaman de alegría y de amor a los hijos de la tierra. Brunhilda se convirtió en la esposa en su esposa; y estando ambos igual de enamorados y prendados, se entregaron al goce de una pasión que les volvió indiferentes a cuanto los rodeaba, al tiempo que los sumía en un sueño fascinante. Su único temor era que algo los despertase de un delirio que rezaban por que durase eternamente. Pero ¡qué vano es el deseo de detener los decretos del destino! Igual podríamos pretender desviar de su órbita los planetas circundantes. Poco duró esta pasión frenética; no porque se fuera apagando poco a poco hasta sumirse en la apatía, sino porque la muerte arrebató a su lozana víctima, dejando viudo el lecho del borgoñés. Sin embargo, aunque tuvo al principio una impetuosa explosión de dolor, no se reveló inconsolable; y antes de que pasara mucho tiempo, otra esposa se convirtió en compañera del joven noble. Swanhilda era hermosa también, si bien la naturaleza había formado sus encantos con molde muy distinto del de Brunhilda. Sus dorados rizos centelleaban como la luz de la mañana; sólo cuando la excitaba alguna emoción de su alma, un matiz sonrosado encendía la palidez de sus mejillas; sus miembros eran proporcionados y de la más exquisita simetría, aunque no poseían esa plenitud exuberante de la vida animal. Sus ojos brillaban elocuentes, aunque era con la luz suave de la estrella; y, más que despertar ardor, transmitían una dulzura sosegada. Así constituida, no podía devolver al borgoñés su antiguo delirio, aunque hacía felices sus horas vigiles: tranquila y seria, aunque alegre, procurando en todas las cosas el placer de su marido, restableció el orden y el bienestar en su casa, donde su presencia irradiaba una influencia general. Su dulce benevolencia tendía a moderar la disposición impetuosa y ardiente de su esposo, mientras que, a la vez, su discreción le arrancaba en cierto modo de sus vanos y turbulentos deseos, de su ansia de goces inalcanzables, reconduciéndolo a los deberes y placeres de la vida cotidiana. Swanhilda dio a su marido dos hijos, un niño y una niña; ésta dulce y paciente como su madre, y contenta con sus juegos solitarios; incluso en estas distracciones mostraba la propensión seria de su carácter. El chico poseía el natural inquieto y apasionado de su padre, aunque atemperado por la firmeza de su madre. Y ligado más tiernamente a su esposa a causa de los hijos, vivió ahora varios años muy dichoso. Es verdad que sus pensamientos volvían con frecuencia a Brunhilda, pero sin la antigua violencia, y sólo como nos demoramos en el recuerdo de un amigo de la infancia que la rápida corriente del tiempo se ha llevado a una región donde sabemos que es feliz. Pero las nubes se disuelven en el aire, las flores se marchitan, la arena de nuestros relojes se escurre de manera imperceptible... Y así mismo se disuelven, se marchitan y se desvanecen los humanos sentimientos; y con ellos, también la felicidad. Su pecho anhelante suspiró otra vez por los sueños extáticos de aquellos días pasados con su romántica, enamorada Brunhilda; otra vez volvió a presentarse ella a su ardiente imaginación con todo el esplendor de sus encantos de desposada, y él empezó a trazar un paralelo entre el pasado y el presente. Y como suele suceder, no dejó su imaginación de adornar a la primera con los colores más brillantes, al tiempo que oscurecía los de la segunda, de manera que se representaba a la una mucho más rica en placeres, y a la otra mucho menos de lo que se ajustaba a la realidad. No le pasó por alto a Swanhilda este cambio de su marido; así que, doblando sus atenciones a él, y los cuidados a sus hijos, esperó por este medio volver a asegurar el nudo que se había aflojado; sin embargo, cuanto más se esforzaba en recuperar sus afectos, más frío se volvía él... Y más insoportables le parecían a éste sus caricias, y con más insistencia le venía Brunhilda al pensamiento. Sólo los niños, cuyas expresiones de afecto se le hacían ahora indispensables, se encontraban entre uno y otra como genios preocupados por hacer posible la conciliación; y, amados por ambos, constituían el nexo entre sus padres. Pero del mismo modo que el mal no puede ser arrancado del corazón humano sino antes de que eche demasiada raíz, ya que después tiene sus uñas demasiado firmemente afianzadas, así su imaginación estaba demasiado enferma para poder echar fuera su enfermedad. Y en breve tiempo alcanzó un tiránico ascendente sobre él. A menudo, por las noches, en vez de retirarse a la cámara de su esposa, visitaba la tumba de Brunhilda, donde murmuraba su descontento, diciendo: " ¿Es que quieres dormir para siempre? ". Una noche, estando tendido en la hierba, entregado a su habitual tristeza, entró en este campo de la muerte un brujo de las montañas vecinas a recoger, para sus hechizos misteriosos, ciertas yerbas que sólo se crían en la tierra donde descansan los muertos, y que, como última producción de la mortalidad, están dotadas de poderoso y sobrenatural influjo. Vio el brujo al doliente, y se acercó a donde yacía. -¿Por qué lloras así, infeliz devoto, lo que ya no es sino horrendo despojo de mortalidad: meros huesos, y nervios, y venas? Naciones enteras han caído sin que se alzara un lamento por ellas; incluso mundos, mucho antes de ser creado este globo nuestro, se han desmoronado sin que nadie los llorase; ¿a qué abandonarte, entonces, a esa vana aflicción por una criatura nacida del polvo, por un ser tan frágil como tú mismo y, como tú, criatura de un momento?El borgoñés se incorporó: -Que se lloren los unos a los otros, a medida que perecen, esos mundos que brillan en el firmamento -replicó-. Es cierto que, siendo de barro, lloro a mi compañera de barro; sin embargo, éste es un barro impregnado de un fuego, de una esencia, que ninguno de los elementos de la creación posee: el amor. Y esa pasión divina es la que sentía yo por la que ahora duerme bajo esta hierba. -¿La van a despertar tus lamentos? Y si pudieran despertarla, ¿no te reprocharía ella haber turbado ese reposo en el que ahora duerme serena? -¡Atrás, ser insensible y frío; tú no sabes lo que es el amor! ¡Ah! ¡Ojalá mis lágrimas pudieran barrer la colcha de tierra que la oculta de estos ojos, ojalá mi gemido de aflicción pudiera despertarla de su sueño mortal! No, no volvería ella a buscar su lecho de tierra. -Insensato, ¿acaso crees que podrías mirar sin estremecerte a un ser vomitado por las fauces de la tumba? ¿Y acaso eres tú, también, el mismo que ella dejó, y que ha pasado el tiempo sobre tu frente sin dejar huella ninguna? ¿No se convertiría tu amor en odio y repugnancia? -Di que antes dejarían las estrellas ese firmamento, o se negaría el sol a derramar sus rayos desde el cielo. ¡Ah, ojalá estuviese ella otra vez junto a mí! ¡Ojalá volviera a descansar sobre este pecho! ¡Qué pronto olvidaríamos entonces que la muerte o el tiempo se interpusieron una vez entre nosotros! -¡Delirios! ¡Meros delirios del cerebro, de la sangre fogosa, como los que emanan de los vapores del vino! No es mi deseo tentarte, devolverte a tu muerta; de lo contrario, no tardarías en comprobar la verdad de lo que te digo. -¡Cómo! ¿Has dicho devolvérmela? -exclamó, arrojándose a los pies del brujo-. ¡Ah! Si verdaderamente eres capaz de hacer eso, sé sensible a mi más ferviente súplica; si vibra en tu pecho un solo latido de humano sentimiento, deja que mis lágrimas te ablanden: devuélveme a mi amada. Más tarde bendecirás esa acción, y comprobarás que fue una buena obra. - ¡Una buena obra! ¡Bendecir esa acción! -replicó el brujo con una sonrisa de desprecio-; para mí no existen el bien ni el mal, puesto que siempre quiero lo mismo. Sólo tú conoces el mal, cuando quieres lo que no querrías. En mi poder está efectivamente devolvértela: pero piensa bien si te conviene. Considera, además, qué profundo abismo se abre entre la vida y la muerte; mi poder puede tender un puente entre la una y la otra, pero no cegar ese vacío espantoso. El doliente esposo quiso hablar, tratar de convencer a este ser poderoso con nuevas súplicas; pero el brujo se lo impidió, diciendo: -¡Calla! Piénsalo bien, y ven aquí mañana a la medianoche. Aunque te repito la advertencia: "No despiertes a los muertos". Tras estas palabras, el misterioso ser desapareció. Embriagado con esa reciente esperanza, el borgoñés no logró conciliar el sueño en la cama; porque la imaginación, con todas sus más ricas reservas, desplegó ante él una centelleante telaraña de posibilidades futuras; y sus ojos, húmedos con el rocío del arrobamiento, revolotearon de una visión de felicidad a otra. Durante el día siguiente vagó por el bosque, para que los objetos cotidianos no turbasen, trayéndole a la memoria tiempos más recientes y menos dichosos, la idea feliz de que podía verla otra vez, estrecharla de nuevo entre sus brazos, contemplar de día su frente radiante y descansar de noche sobre su pecho. Y, puesto que esta sola idea ocupaba su imaginación, ¿cómo iba a inquietarle ninguna duda, o a pensar en la advertencia de aquel extraño brujo? En cuanto vio que se acercaba la hora de la medianoche, se apresuró a acudir al cementerio, donde el brujo se hallaba ya de pie junto a la sepultura de Brunhilda. - ¿Lo has meditado bien? -preguntó. - ¡Ah! Devuélveme el objeto de mi pasión -exclamó con impetuosa impaciencia-. ¡No demores tu acción generosa, no vaya a ser que muera yo esta misma noche consumido por el frustrado deseo, y no vea más su rostro! -Bien; entonces -contestó el anciano- vuelve aquí mañana a la misma hora. Pero una vez más te doy este consejo de amigo: "No despiertes a los muertos". Movido por la desesperación de la impaciencia, se habría postrado a sus pies y le habría suplicado que colmase al punto sus deseos, que ahora habían aumentado hasta la agonía; pero el brujo ya había desaparecido. Deshaciéndose en lamentaciones con más desconsuelo que nunca, se echó sobre la sepultura de su adorada, y así permaneció hasta que el alba trazó una raya gris a oriente. Durante ese día -que le pareció el más largo de cuantos había pasado-, deambuló de un lado para otro, impaciente, sin objeto al parecer, profundamente abismado en sus reflexiones, e inquieto como el asesino que maquina su primera acción cruenta: y las estrellas vespertinas volvieron a sorprenderle en el sitio concertado. A la medianoche, el brujo se presentó allí también. -¿Lo has meditado bien? -preguntó, como la noche anterior. - ¡Bah!, ¿a qué meditar? -replicó con impaciencia-. Yo no necesito meditar; lo único que te pido es lo que me has prometido... Que será mi felicidad. ¿O acaso te estás burlando de mí? Si es así, vete de mi vista, no me venga la tentación de ponerte la mano encima. -Una vez más te prevengo -contestó el anciano con imperturbable serenidad-. "No despiertes a los muertos"... y déjala descansar. -Descansará, pero no en la tumba fría: lo hará sobre mi pecho, que arde en deseos de estrecharla. -Reflexiona: no podrás dejarla hasta la muerte, aun cuando la aversión y el horror aneguen tu alma. Entonces, sólo te quedará un remedio espantoso. - ¡Viejo loco! -exclamó Walter interrumpiéndole-, ¿cómo voy a odiar a la que amo con tan intensa pasión? ¿Cómo voy a aborrecer a aquélla por la que arde cada gota de mi sangre? -Entonces, sea como quieres -contestó el brujo-; hazte atrás. El anciano trazó ahora un círculo alrededor de la sepultura, a la vez que murmuraba palabras de encantamiento. Acto seguido, la tormenta comenzó a sacudir las copas de los árboles; los búhos agitaron las alas, y emitieron su canto bajo y ominoso; las estrellas ocultaron su aspecto dulce y rutilante para no presenciar espectáculo tan impío y sacrílego; rodó entonces la lápida con cavernoso ruido, y dejó libre acceso a la habitante de esta espantosa morada. El brujo esparció en las fauces de la tierra raíces y yerbas de mágico poder y muy penetrante olor, de manera que los gusanos salieron reptando de la tierra, se agruparon, y se alzaron en forma de llameante columna sobre la sepultura; entretanto, brotó de dentro un viento violento que fue apartando la tierra, hasta que finalmente quedó al descubierto el ataúd. Cayó la luz de la luna sobre él, y saltó la tapa con tremendo ruido. Después de lo cual, el brujo vertió sangre de un cráneo humano en su interior, exclamando al mismo tiempo: -Bebe, durmiente, de este cálido licor, para que tu corazón pueda latir de nuevo en tu pecho -y tras una breve pausa, derramando sobre ella otro líquido misterioso, gritó con la voz de un inspirado-: Sí, otra vez late tu corazón con el fluido de la vida; tus ojos se han abierto nuevamente a la visión. Así pues, levanta, y sal de la tumba. Igual que la isla emerge súbitamente de entre las olas obscuras del océano, levantada del abismo por la fuerza de los fuegos subterráneos, así se levantó Brunhilda de su lecho terrenal, impulsada por un poder invisible. Y cogiéndola de la mano, el brujo la llevó hacia el que antaño fuese su marido, que permanecía a cierta distancia, estupefacto, como si hubiese echado raíces en el suelo. -Recibe otra vez -dijo- a la que es objeto de tus apasionados suspiros: ojalá no vuelvas a necesitar mi ayuda; pero si así fuese, me encontrarás, en el periodo de la luna llena, en las montañas en ese lugar donde se juntan los tres caminos. Al punto reconoció en la figura que tenía ante sí a la que tan ardientemente había amado, y un súbito calor inundó su cuerpo al verla restituida: pero sentía frío en los miembros, a causa de la noche, y paralizada la lengua. La estuvo contemplando un rato sin moverse ni decir palabra; y durante ese tiempo, volvieron a callar y a serenarse los ruidos, y a centellear esplendorosas las estrellas en el cielo. -¡Walter! -exclamó la figura; y esta voz familiar, estremeciéndole el corazón, rompió el sortilegio que lo tenía inmovilizado. -¿Es realidad? ¿Es verdad esto -exclamó él-, o se trata de una mera ilusión engañosa? -No; no es impostura: estoy verdaderamente viva. Llévame enseguida a tu castillo de las montañas. El borgoñés miró a su alrededor. Había desaparecido el anciano; pero descubrió a su lado un corcel negro de ojos llameantes, aparejado para transportarle allá; y sobre su lomo encontró lo necesario para vestirse Brunhilda, quien no perdió tiempo en hacerlo. Hecho esto, exclamó: -Deprisa, vayámonos antes de que amanezca, ya que mis ojos están demasiado débiles para soportar la luz del día. ecobrado de su estupor, Walter saltó sobre su silla; y cogiendo con una mezcla de placer y temor a su amada, tan misteriosamente rescatada del poder de la tumba, emprendió el galope por la desierta región, hacia las montañas, con tanta furia como si le persiguieran las sombras de los muertos ansiosas por arrebatarle a su hermana.El castillo al que Walter llevaba a su Brunhilda se hallaba en lo alto de una roca, entre otros picos que se alzaban por encima de él. Aquí llegaron sin que nadie los viese, salvo un viejo criado, al que Walter ordenó que guardase secreto bajo las más severas amenazas. -Aquí nos quedaremos -dijo Brunhilda-, hasta que pueda yo soportar la luz, y tú mirarme sin temblar como si tuvieses frío. Así que procedieron a hacer de ese lugar su residencia; aunque nadie sabía que Brunhilda vivía, salvo el viejo criado que les traía la comida. Durante siete días enteros, no tuvieron otra luz que la de las velas. En los siete días siguientes, dejaron entrar la luz a través de las altas ventanas sólo cuando el amanecer o el crepúsculo bañaba las cimas de los montes, y el valle aún permanecía envuelto en sombras. Rara vez se apartaba Walter de Brunhilda: un hechizo desconocido parecía retenerle junto a ella; incluso el temor que sentía en su presencia, y que le impedía tocarla, tenía su mezcla de placer; era como la emoción estremecida que experimentaba cuando le envolvían los acordes de una música sacra bajo la bóveda de algún templo. Así que, más que tratar de evitar esa sensación, la buscaba. A menudo, al intentar evocar los encantos de Brunhilda, le parecía que su imaginación jamás se la había presentado tan hermosa, tan fascinadora, tan admirable, como la veía ahora realmente. Jamás hasta ahora había sonado su voz con acento tan dulce, jamás había poseído su discurso tanta elocuencia como ahora, cuando conversaba con él sobre el pasado; y ésa era la mágica región a la que sus palabras le conducían de continuo. Hablaba sin parar de los días de su primer amor, de aquellas horas de deleite que habían compartido, en las que el uno sacaba todo su goce del otro; y tan gozoso, tan encantador, tan lleno de vida evocaba Brunhilda ese periodo en la imaginación de Walter, que éste dudaba haber experimentado nunca con ella tanta felicidad, o haber sido tan absolutamente dichoso. Y a la vez que le pintaba aquellas horas de pasadas delicias, describía con colores aún más vivos y encantadores los momentos de inminente dicha que ahora les esperaban, más ricos en placer que ninguno de los anteriores. De este modo cautivaba a su rendido oyente con arrobadoras esperanzas futuras, y lo sumía en sueños de éxtasis por encima de lo mortal, de manera que, mientras escuchaba este canto de sirena, olvidaba por completo lo poco feliz que fue el último periodo de su unión, en que a menudo le hicieron suspirar los modales autoritarios de ella, y su aspereza con él y con toda la servidumbre. Pero, de haber recordado todo esto, ¿le habría inquietado en su actual estado de arrobamiento? ¿Acaso no había dejado en la tumba todas las fragilidades de la condición mortal? ¿No se había refinado y purificado su ser con este largo sueño en el que ni la pasión ni el pecado la asaltaron siquiera en sueños? ¡Qué diferente era ahora el tema de su discurso! Sólo cuando hablaba de su afecto hacia él delataba algo de los sentimientos terrenos: otras veces, se extendía de manera monocorde en cuestiones sobre el mundo invisible y futuro; cuando peroraba describiendo los misterios de la eternidad, un torrente de profética elocuencia brotaba de sus labios. De este modo habían transcurrido dos veces siete días, y ahora vio Walter por primera vez al ser más caro para él a plena luz del día. Había desaparecido de su rostro toda huella de la tumba; un matiz sonrosado como los rubores del alba encendía ahora sus pálidas mejillas; el débil humo de la corrupción se había convertido en deliciosa fragancia de violetas, único signo terreno que no le desapareció nunca. Ya no sentía Walter recelo ni temor: la contemplaba a plena luz del día. Hasta ahora, no le pareció haberla recuperado del todo; e inflamado de su antigua pasión por ella, quiso estrecharla contra su pecho. Pero Brunhilda lo rechazó suavemente, diciendo: -Aún no; guarda tus caricias hasta que la luna vuelva a llenar el espacio entre sus cuernos. A pesar de su impaciencia, Walter se vio obligado a esperar otros siete días. Pero la noche en que la luna alcanzó su plenitud, fue a Brunhilda, y la encontró más adorable que nunca. No temiendo topar ahora con impedimento alguno a sus transportes, la abrazó con el fervor de un rendido y venturoso enamorado. Brunhilda, no obstante, se negó otra vez a rendirse a su pasión.-¡Cómo! -exclamó-, ¿es justo que yo, que he sido purificada por la muerte de toda fragilidad mortal, me convierta en tu concubina, mientras una hija de la tierra ostenta el título de esposa tuya? No; no lo consentiré: ha de ser entre los muros de tu palacio, en la cámara donde en otro tiempo goberné como reina, donde obtendrás el último de tus deseos y mío también -añadió, posando un beso encendido en sus labios; y desapareció a continuación. Ardiendo de pasión, y dispuesto a sacrificarlo todo para satisfacer su deseo, Walter abandonó inmediatamente el aposento, y el castillo unos momentos después. Cruzó montañas y páramos con la rapidez de una tormenta, de manera que las pezuñas de su caballo hacían saltar la hierba. Ni una vez se detuvo hasta que llegó a casa. Aquí, no obstante, ni las caricias afectuosas de Swanhilda, ni las de sus hijos, consiguieron ablandar su corazón o inducirle a reprimir sus ansias furiosas. ¡Ay! ¿Pueden detener el curso impetuoso del torrente las flores hermosas sobre las que éste se precipita, cuando exclaman: "Destructor, ten piedad de nuestra desvalida inocencia y belleza, y no nos aniquiles"? El agua las barre sin miramiento, y en sólo un instante arrasa el orgullo de todo un verano. Poco después, empezó Walter a insinuar a Swanhilda que no congeniaban; que él ansiaba probar esa vida frenética y tumultuosa que tan acorde estaba con el espíritu de su género, mientras que ella se sentía satisfecha con la esfera reducida de los placeres domésticos; que él miraba con avidez cualquier novedad prometedora, mientras que ella se mostraba apegada a lo que el hábito le había hecho familiar; y por último, que la fría disposición de ella, rayana en la indiferencia, se conjugaba mal con el ardiente temperamento de él. Por todo lo cual, era lo más prudente que viviesen separados, dado que juntos no podían encontrar la felicidad. Un suspiro, y una breve aquiescencia a los deseos de él, fue toda la respuesta de Swanhilda. Y a la mañana siguiente, al presentarle Walter el documento de la separación, informándole que estaba en libertad para regresar a la casa de su padre, lo cogió con toda sumisión. No obstante, antes de partir, le hizo la siguiente advertencia: -Demasiado bien adivino a quién debo nuestra separación. Muchas veces te he visto en la tumba de Brunhilda, y allí te descubrí la noche en que el cielo ocultó de pronto su rostro con un manto de nubes. ¿Acaso has osado rasgar temerariamente el velo espantoso que separa a la mortalidad que sueña de la que no puede soñar? Porque entonces, hombre desdichado, habrás ligado a tu persona lo que puede traerte destrucción. Calló, y Walter no hizo intento alguno de replicar; porque le vino a la memoria la advertencia similar del brujo -hasta ahora oscurecida por su pasión- como un relámpago fugaz en la negrura de la noche, que no logra disipar su oscuridad. Así pues, salió Swanhilda a despedirse de sus hijos, dado que, según la costumbre nacional, éstos pertenecían al padre. Y tras bañarlos con sus lágrimas y consagrarlos con el agua bendita del amor maternal, abandonó la residencia de su marido, y emprendió el regreso a casa de su padre.De este modo fue obligada la dulce y bondadosa Swanhilda a exiliarse de las salas donde había gobernado con gran tacto..., salas que ahora fueron nuevamente decoradas para acoger a otra señora. Por fin llegó el día en que Walter condujo por segunda vez a Brunhilda a casa como nueva esposa; e hizo saber a la servidumbre que su nueva consorte había ganado su afecto por el extraordinario parecido con Brunhilda, su primera ama. ¡Cuán indeciblemente feliz se consideró, al llevar una vez más a su amada a la cámara que tantas veces había sido testigo de sus antiguos goces, dorada y adornada ahora en el más costoso estilo! Y entre otros ornamentos había figuras de ángeles esparciendo rosas, los cuales sostenían las colgaduras púrpura cuyos amplios pliegues ocultaban el lecho nupcial. ¡Con qué impaciencia esperó Walter la hora en que debía tomar posesión de aquellos encantos por los que había pagado ya tan alto precio, y cuyo goce iba a costarle más aún! ¡Pobre Walter! Inmerso en el placer, no ves el abismo que se abre a tus pies; embriagado con el perfume voluptuoso de la flor que has arrancado, no imaginas cuán mortal es el veneno de que está llena, pues en breve tiempo, su poderosa fragancia confiere nueva energía a todos tus sentimientos. Sin embargo, aunque ahora Walter era dichoso, sus criados estaban muy lejos de serlo igualmente. El singular parecido entre la nueva señora y la difunta Brunhilda los llenaba de secreto recelo e indefinible horror; porque no apreciaban ni una sola diferencia en sus facciones, ni en su gesto, ni en el tono de la voz. Además de estas misteriosas circunstancias, sus doncellas descubrieron una marca peculiar en su espalda, exactamente igual a la que había tenido Brunhilda. No tardó en circular el rumor de que su ama no era otra que la propia Brunhilda, devuelta a la vida por medio de poderes nigrománticos. ¡Qué horrible se les hacía la idea de vivir bajo el mismo techo que la que había sido moradora de la tumba, y verse obligadas a asistirla y reconocerla como su señora! Notaron asimismo en Brunhilda, -cosa que aumentó la aversión de todas y favoreció su superstición- que no usaba adornos de oro, como antes engalanaron siempre su persona. Todo lo que antes había solido llevar de este metal lo mandó hacer ahora de plata: ninguna joya de ricos y centelleantes colores brillaba sobre ella; sólo las perlas prestaban su pálido brillo al adorno de su pecho. Y también evitaba siempre con gran cuidado la luz radiante del sol, y acostumbraba pasar los días más luminosos en los aposentos más retirados y oscuros: sólo salía a pasear en el crepúsculo del comienzo y el final del día, aunque su hora preferida era cuando la luz fantasmal de la luna daba a todos los objetos una apariencia vaga y un color sombrío. Además, se observaba siempre que con el canto del gallo, sus miembros sufrían un estremecimiento involuntario. Autoritaria como antes de su muerte, no tardó en imponer su yugo de hierro a cuantos la rodeaban, si bien parecía más terrible que nunca, dado que la acompañaba el temor de algún poder sobrenatural, y aterraba a cuantos se acercaban a ella. Sus ojos parecían dirigir una mirada maligna y feroz al objeto de su ira; como si quisiera fulminar a su víctima. En suma, aquellas salas que en tiempos de Swanhilda fueron morada de risas y alegría parecían ahora la prolongación de una tumba desierta. Los criados se deslizaban sigilosos por las salas del castillo con el temor impreso en sus pálidos semblantes. Y en esta mansión de terror, el canto del gallo hacía temblar a los vivos como si fuesen espíritus de fallecidos; porque ese canto les recordaba siempre a su ama misteriosa. No había nadie que no se estremeciera al cruzarse con ella en algún lugar solitario, en la penumbra del atardecer o a la luz de la luna, circunstancia que consideraban presagiosa de algún mal; y tan grande era la aprensión de sus doncellas, que empezaron a languidecer a causa del continuo desasosiego; de manera que, poco a poco, la fueron abandonando todas. En el transcurso del tiempo, se marcharon otros criados también, dominados por un horror insoportable.
IILas artes del brujo habían concedido a Brunhilda, efectivamente, una vida artificial, y el alimento que tomaba mantenía su cuerpo restituido. Sin embargo, este cuerpo no era capaz de conservar el calor vivificante de la vitalidad y la llama de la que emanan los afectos y las pasiones, sean de amor o de odio, porque la muerte la había apagado y extinguido para siempre. Todo lo que Brunhilda poseía ahora era una existencia insensible, más fría que la de una serpiente. No obstante, se veía obligada a amar, y a devolver con igual ardor las caricias encendidas de su cautivado esposo, a cuya pasión debía únicamente su existencia renovada. Necesitaba un licor mágico que animase el apagado caudal de sus venas y la despertase al calor de la vida y a la llama del amor, una poción abominable que no puede nombrarse sin una maldición: sangre humana, que bebía, mientras aún estaba caliente, de unas venas jóvenes. Éste era el líquido infernal del que Brunhilda tenía sed; pues, al no participar de los sentimientos más puros de la humanidad, ni hallar gozo alguno en nada de cuanto interesa a la vida y ocupa sus diversas horas, su existencia era un mero vacío, salvo cuando estaba en brazos de su esposo y amante; y ésa era la razón por la que ansiaba sin cesar la horrible bebida. Con supremo esfuerzo, lograba reprimirse de chuparle la sangre al propio Walter cuando descansaba junto a ella. Pero cada vez que veía a un niño inocente, cuya preciosa carita denotaba la exuberancia infantil de su salud y su vigor, lo atraía a su aposento más secreto con palabras dulces y caricias afectuosas; allí lo dormía en sus brazos, y chupaba de su pecho el flujo cálido y púrpura de la vida. Tampoco los jóvenes de ambos sexos se veían libres de sus horribles ataques: tras exhalar su aliento sobre la desventurada víctima, que inevitablemente se sumía en profundo letargo, extraía de sus venas, de manera parecida, el jugo vital. Así, los niños, los jóvenes y las doncellas se consumían rápidamente como flores roídas por el gusano: la plenitud desaparecía de sus miembros; un tinte cetrino sucedía a la sonrosada frescura de sus mejillas, se les empañaba el brillo líquido de los ojos igual que el río centelleante bajo el roce de la helada, y sus rizos se volvían lacios y grises, como azotados por la tormenta de la vida. Los padres observaban con horror esta pestilencia desoladora que devoraba a su progenie, contra la cual nada podía un simple hechizo, poción o amuleto. La tumba se iba tragando a uno tras otro; o, si la desventurada víctima lograba sobrevivir, se volvía cadavérica y arrugada en los mismos albores de la vida. Los padres presenciaban horrorizados cómo esta devastadora pestilencia se llevaba a sus hijos... pestilencia que no había hierba por poderosa que fuera, ni hechizo, ni vela sagrada, ni exorcismo, capaces de conjurar. Veían cómo se les iban a la tumba un hijo tras otro, o cómo sus cuerpos jóvenes, consumidos por el infernal y vampiresco abrazo de Brunhilda, adquirían la decrepitud de una súbita vejez. Finalmente, empezaron a circular extraños rumores y noticias; se decía que la causa de todos estos horrores era la propia Brunhilda; aunque nadie sabía de qué manera destruía a sus víctimas, dado que no encontraban en ellas señales de violencia. No obstante, cuando los niños confesaron que los acunaba y los dormía en sus brazos, y los más mayores contaron que les vencía un sueño súbito cada vez que se ponían a hablar con ella, la sospecha se convirtió en certidumbre. Y aquellos cuyos hijos habían escapado hasta ahora a ese daño, abandonaron sus hogares y sus casas -morada de sus padres y herencia de sus hijos-, con unos pocos enseres, a fin de salvar de tan horrible destino a lo más caro a sus afectos sencillos de cuanto el mundo les podía dar. Y así, día tras día, el castillo fue adquiriendo un aspecto más desolado y, día tras día, sus alrededores se fueron quedando desiertos: sólo permanecieron unas cuantas viejas decrépitas y algún criado de cabellos grises, de la en otro tiempo numerosa servidumbre. Igual que ocurrirá, en los últimos días de la tierra, a la última generación de mortales cuando dejen de procrear, cuando no se vean ya más jóvenes, ni venga nadie a reemplazar a los que esperen en silencio su última hora. Walter era el único que no se daba cuenta -o no hacía caso- de la desolación que le rodeaba; no percibía la muerte, sumergido como estaba en un encendido elíseo de amor. Mucho más feliz que antes parecía ahora con la posesión de Brunhilda. Todos los caprichos y contrariedades que a menudo ensombrecieron sus antiguas relaciones habían desaparecido ahora por completo. Incluso parecía que Brunhilda sentía por él una pasión como jamás llegó a mostrar en la época feliz de recién casada; porque en sus venas ardía esa llama de sangre joven que extraía de las venas de otros. Por la noche, en cuanto Walter cerraba los ojos, exhalaba su aliento sobre él, infundiéndole un sueño delicioso del que despertaba sólo para experimentar goces más embriagadores. Durante el día, le hablaba continuamente de la dicha que los espíritus felices experimentaban al otro lado de la sepultura, asegurándole que, como su afecto la había sacado de la tumba, ahora estaban irrevocablemente unidos. Así fascinado por este hechizo perpetuo, le era imposible notar lo que ocurría a su alrededor. Brunhilda, no obstante, veía con rabioso pesar que la fuente de su ardor juvenil disminuía de día en día, ya que en breve tiempo no quedó nadie dotado de juventud, excepto Walter y sus hijos. Y decidió que fueran éstos sus siguientes víctimas. Al principio, al regresar al castillo, había sentido aversión hacia los hijos de otra; así que los dejó enteramente en manos de las criadas designadas por Swanhilda. Pero ahora empezó a fijarse en ellos, haciendo que los llevasen a menudo a su presencia. Las cuidadoras, mujeres de edad, se asustaron al notar estas muestras de interés por los niños a su cargo, aunque no se atrevieron a oponerse a la voluntad de su terrible y autoritaria ama. No tardó Brunhilda en ganarse el afecto de los niños, demasiado ignorantes de lo que era la astucia para percibir peligro alguno en ella; al contrario, sus caricias los ganaron por completo. En vez de reprimir constantemente sus alegres retozos, Brunhilda les enseñaba ahora nuevos juegos; a menudo les recitaba historias de extraños e insensatos intereses que excedían en todo a los cuentos de sus niñeras. Cuando se cansaban de jugar o de escuchar sus narraciones, los sentaba sobre sus rodillas y los arrullaba hasta que se dormían. Entonces, los sueños de los niños se poblaban de visiones de la más espléndida magnificencia: imaginaban estar en un jardín donde había flores de todos los colores, en hileras, una sobre otra, desde las humildes violetas a los altos girasoles, trazando un bordado multicolor que ascendía hacia las nubes doradas, de las que bajaban unos angelitos, con alas de reflejos azul y oro, a llevarles alimentos deliciosos o joyas espléndidas, o a cantarles canciones melodiosas. Tan paradisíacos se hicieron estos sueños para los niños en poco tiempo, que no anhelaban otra cosa que dormir en el regazo de Brunhilda, ya que de otro modo no tenían visiones de seres celestiales. Y así, no hacían sino ansiar lo que iba a ser su destrucción. Pero ¿no suspiramos todos por lo que nos conduce a la tumba: el goce de la vida? Los inocentes tendían sus brazos a la muerte que les iba al encuentro, la cual había adoptado la máscara del placer. Porque, mientras ellos se sumían en esos sueños extáticos, Brunhilda chupaba de sus pechos el fluido vital. Es verdad que al despertar se sentían débiles y agotados; sin embargo, ningún dolor, ninguna señal delataba la causa. Al poco tiempo, empero, las fuerzas les abandonaron por completo, lo mismo que el arroyo se seca poco a poco en verano; sus juegos se fueron volviendo menos bulliciosos, sus risas ruidosas y alegres se convirtieron en sonrisas, el acento vigoroso de sus voces se apagó hasta volverse mero susurro. Sus cuidadoras estaban aterradas y llenas de desesperación; demasiado bien sabían la espantosa verdad, aunque no se atrevían a denunciar sus sospechas a Walter, tan devotamente unido a su horrible compañera. La muerte había herido ya a su presa: los niños no eran sino mera sombra de sí mismos. Y en poco tiempo, incluso esta sombra desapareció. El acongojado padre lloró amargamente su pérdida. Porque, a pesar de su evidente abandono, estaba muy unido a ellos; y hasta que no los perdió, no se dio cuenta de lo mucho que los quería. Su aflicción no pudo por menos de causar disgusto a Brunhilda: -¿Por qué esas tiernas lamentaciones -dijo- por dos pequeños? ¿Qué satisfacción podían darte esos seres sin formar? ¿Acaso guardas aún algún afecto por su madre, y es todavía dueña de tu corazón? ¿O es que echas de menos a los tres porque estás hastiado de mi amor y cansado de mis caricias? De haber crecido esos niños, ¿no habrían atado más estrechamente tu espíritu y tus afectos a este mundo de barro, a este polvo, y te habrían apartado de la esfera a la que yo, que he cruzado la sepultura, me estoy esforzando en elevarte? Di, ¿es tu espíritu tan pesado, o tu amor tan flojo, o tu fe tan tibia, que no consigue conmoverte la esperanza de ser mío para siempre? Así expresó Brunhilda su indignación ante el dolor de su consorte; y le privó de su presencia. El miedo a ofenderla de manera irreparable, y su deseo de aplacarla, secaron muy pronto sus lágrimas. Y otra vez se abandonó a su pasión fatal, hasta que, finalmente, la inminencia de su propia destrucción le despertó de la quimera en que vivía.No volvieron a verse doncellas ni niños dentro de los lúgubres muros del castillo ni en las tierras contiguas: todos habían desaparecido; porque aquellos a los que la sepultura no se había tragado habían huido de esta región de muerte. Así que, ¿quién quedaba ahora para apagar la sed espantosa de la mujer vampiro, sino el propio Walter? Impasible, se atrevió a pensar en su muerte; porque su pecho desconocía ese divino sentimiento que une a dos seres en un único gozo y un único dolor. Cuando Walter estuviera en la tumba, sería ella libre de buscar otras víctimas y saciarse interminablemente con la destrucción, hasta que, el último día, se consumiera con la misma tierra, como dicta la ley fatal a la que están sujetos los muertos a los que las artes de la necromancia han despertado del sueño de la sepultura.Ahora empezó a posar sus labios sedientos en el pecho de Walter cuando, sumido en profundo sueño por el olor a violetas de su aliento, descansaba junto a ella ajeno a la inminencia de su muerte. Y así, no tardaron sus fuerzas vitales en empezar a languidecer, y en asomar numerosas canas entre sus negros cabellos. Y con sus fuerzas, languideció también su pasión: ahora Walter dejaba a menudo a su compañera para pasar el día entregado al deporte de la caza, esperando recuperar de este modo su acostumbrado vigor. Y estaba un día descansando en el bosque, a la sombra de un roble, cuando vio en la copa de un árbol un pájaro extraño, totalmente desconocido para él; pero antes de que pudiese apuntarle con su arco, echó a volar y se perdió en las nubes, al tiempo que dejaba caer una raíz rosácea, la cual fue a parar a sus pies. La recogió inmediatamente. Y aunque conocía las plantas bastante bien, no recordaba haber visto nunca una como ésta. Su deliciosa fragancia le indujo a probar su sabor; pero era diez veces más amargo que el ajenjo: parecía como si se hubiese llevado hiel a la boca; así que, disgustado con el experimento, la arrojó con impaciencia. Sin embargo, de haber conocido su milagrosa cualidad, y que actuaba como antídoto contra el hipnótico perfume de Brunhilda, la habría bendecido pese a su sabor tan amargo: así arrojan a menudo los mortales con impaciencia el remedio desagradable que podría devolverles el bienestar. Cuando Walter regresó por la noche, y se acostó como siempre junto a Brunhilda, el poder mágico del pecho de ésta no hizo efecto en él; y por primera vez en muchos meses, Walter cerró los ojos vencido por un sueño natural. Sin embargo, apenas se durmió, un dolor agudo, punzante, le sacó de su descanso; y al abrir los ojos, descubrió, a la luz melancólica de una lámpara que brillaba en el aposento, algo que por unos instantes le dejó petrificado. Porque era Brunhilda, que le estaba extrayendo sangre del pecho con sus labios. El grito de horror que finalmente se le escapó aterró a Brunhilda, que tenía la boca manchada de sangre caliente. -¡Monstruo! -exclamó Walter, saltando de su lecho-. ¿Es así como me amas? -Sí; así es el amor de los muertos -replicó ella con malvada frialdad -¡Criatura bebedora de sangre! -prosiguió Walter-: ha terminado el delirio que hasta aquí me ha tenido ciego. Tú eres el demonio que ha destruido a mis hijos... que ha dado muerte a los hijos de mis vasallos.Se levantó Brunhilda, y lanzándole una mirada que le dejó paralizado, contestó:-No soy yo quien los ha matado; yo me veo obligada a saciarme con sangre caliente de jóvenes para poder satisfacer tu deseo frenético; ¡eres tú el asesino! Estas palabras terribles evocaron ante la aterrada conciencia de Walter las sombras amenazadoras de todos los que habían perecido de ese modo, mientras la desesperación le ahogaba la voz. -¿Por qué -prosiguió ella, en un tono que aumentaba el horror de él-, por qué me atribuyes palabras como si fuese yo un títere? ¿Tú, que tienes el valor de amar a los muertos, de llevar a tu lecho a la que dormía en la sepultura, a la que fue compañera de cama de los gusanos, tú que has estrechado en tus brazos la corrupción de la tumba, tú, profanador, te atreves a elevar ese llanto espantoso por el sacrificio de unas pocas vidas? Esas vidas no son más que hojas arrancadas por la tormenta. Vamos, desecha esas figuraciones idiotas, y saborea la dicha que tan cara has comprado. Y diciendo esto, tendió los brazos hacia él. Pero este gesto sólo hizo que aumentase el terror de Walter, el cual, exclamando: "¡Criatura maldita!", salió precipitadamente del aposento. Ahora que había despertado del delirio de sus placeres impíos, todos los horrores de una conciencia culpable y recriminadora se volvieron sus compañeros. A menudo maldecía su ceguera obstinada, por no haber hecho caso de las advertencias y amonestaciones de las mujeres que habían estado al cargo de sus hijos, y haber tomado sus palabras por viles calumnias. Pero su pesar llegaba demasiado tarde; porque, si bien el arrepentimiento puede conseguir el perdón del pecador, sin embargo, no puede alterar las sentencias inmutables del destino: no puede hacer volver de la tumba a los asesinados. Tan pronto como apuntó la primera claridad del alba, salió hacia su castillo solitario de las montañas, decidido a no permanecer más tiempo bajo el mismo techo de tan terrible ser. Pero fue inútil esta huida; porque, al despertar a la mañana siguiente, descubrió que se hallaba en brazos de Brunhilda, y enredado en sus largos cabellos, que parecían envolverle, y aprisionarle con los hierros de su destino; la poderosa fascinación de su aliento le había cautivado una vez más, de manera que, olvidando cuanto había sucedido, volvió a sus caricias; hasta que, despertando como de un sueño, huyó horrorizado de su abrazo. Durante el día vagó por las soledades de las montañas como el criminal que trata de ocultarse de sus perseguidores; y por la noche buscó refugio en una cueva, ya que temía menos acostarse en tan sombrío lugar que exponerse al horror de un nuevo encuentro con Brunhilda. Pero, ¡ay!, en vano se esforzaba por huir de ella. Al despertar, la descubrió otra vez compartiendo su mísera yacija. Pero, de haberse ocultado en el mismo centro de la tierra, de haberse empotrado bajo una roca, de haber hecho su alcoba en lo más profundo del océano, la habría encontrado puntualmente junto a él: porque al llamarla de nuevo a la existencia, la había convertido en su compañera inseparable; tan inexorable era el vínculo que ahora los unía.
IIILuchando con la locura que empezaba a dominarle, y dándole vueltas sin cesar a las espantosas visiones que se presentaban a su mente horrorizada, permanecía inmóvil, tumbado en los rincones más oscuros del bosque, desde que salía el sol hasta que llegaban las sombras del crepúsculo. Pero tan pronto como la luz del día se apagaba a poniente y el bosque se inundaba de negrura impenetrable, el temor a que el sueño le venciera le empujaba a vagar por las montañas. La tormenta jugaba furiosa con las nubes fantásticas, y con las hojas de los árboles que el viento hacía golpetear como si algún espíritu del terror se divirtiese con estas imágenes de la transitoriedad y la desintegración: rugía entre las copas de los robles como profiriendo gritos de furia, mientras su eco cavernoso, rebotando en las laderas distantes, parecía el gemido de un pecador en la agonía o el alarido débil de algún desdichado al caer bajo la mano de su asesino. El búho, también, profería gritos guturales como augurando la devastación de la naturaleza. El viento sacudía los cabellos de Walter, cuyos mechones se agitaban en sus sienes y sus hombros como negras serpientes, mientras cada uno de sus sentidos estaba atento a captar un nuevo horror. En las nubes creía ver las figuras de los asesinados; en el ulular del viento oía sus lamentos y gemidos; en las frías ráfagas sentía el beso de Brunhilda; en el grito de las aves escuchaba la voz de ella; en las hojas descompuestas olía el lecho sepulcral del que la había despertado. "¡Asesino de tu propia descendencia -se recriminaba Walter a sí mismo con una voz que hacía aún más espantosa la noche y el fragor de los elementos-, amante de un vampiro sediento de sangre, libertino que se refocila con la corrupción de la tumba!", mientras, desesperado, se mesaba los cabellos. Justo en ese momento surgió la luna de detrás de las nubes tempestuosas; y esta visión trajo a su memoria el consejo del brujo, cuando lo vio estremecerse ante la primera aparición de Brunhilda tras despertar de su sueño mortal; a saber: que le buscase cuando fuese la luna llena, en las montañas, en el punto donde se encontraban los tres caminos. No bien irrumpió este destello de esperanza en su mente aturdida, echó a correr hacia el lugar designado. Al llegar, encontró al anciano sentado sobre una piedra, con la placidez del que disfruta de un día soleado, indiferente a los truenos que rugían a su alrededor. -Así que has venido -exclamó al ver al jadeante desdichado que, arrojándose a sus pies, gritó en tono angustiado:-¡Ah, sálvame... Socórreme... Rescátame del monstruo que siembra la muerte y la desolación a mi alrededor! -¡Cómo!, ¿no te diste cuenta de cuán saludable era el consejo: "No despiertes a los muertos"? -¿Por qué hiciste tu advertencia tan misteriosa? ¿Por qué, en vez de eso, no me revelaste al punto todo el horror que aguardaba a mi sacrílega profanación de la sepultura?-¿Acaso podías tú escuchar otra voz que la de tu pasión desenfrenada? ¿No me tapaba la boca tu ansiosa impaciencia cada vez que quería advertirte? -Sí, es verdad: tu reproche es justo. Pero de nada sirve ahora. Lo que yo necesito es ayuda inmediata. -Bien -replicó el anciano-; aún hay un medio de salvarte. Pero está lleno de horror, y requiere toda tu resolución. -Entonces explica cuál es -dijo-. Porque ¿qué puede haber más espantoso, más horrible, que la desdicha que ahora soporto? -Sabe, pues -prosiguió el brujo-, que sólo en la noche de luna nueva duerme ella el sueño de los mortales. Entonces la abandona del todo el poder sobrenatural que recibe de la tumba. En ese momento es cuando deberás matarla. -¡Cómo! ¿Matarla? -repitió Walter. -Sí -replicó el anciano con serenidad-; le atravesarás el pecho con una daga afilada que yo te daré. Al mismo tiempo, habrás de renunciar a su memoria para siempre, jurando no volver a pensar en ella de manera intencionada. Y si lo hicieras involuntariamente, deberás repetir la maldición. -¡Horrible! Sin embargo, ¿qué puede haber más horrible que ella misma?-Entonces, conserva esa resolución hasta el próximo novilunio. - ¡Cómo!, ¿tengo que esperar tanto? -exclamó Walter-. ¡Ah, antes de ese plazo, su rabiosa sed de sangre me habrá conducido a la noche de la tumba, o el horror a la noche de la locura! -No -replicó el brujo-; eso lo puedo evitar -y a continuación le llevó a una caverna de la montaña-. Permanece aquí dos veces siete días -dijo-. Durante ese tiempo, podré protegerte de sus caricias mortales. Aquí encontrarás las provisiones que vas a necesitar; pero cuida que nada te tiente a abandonar este lugar. Adiós; cuando la luna se renueve, entonces volveré -dicho esto, el brujo trazó un círculo mágico alrededor de la cueva, e inmediatamente desapareció. Dos veces siete días permaneció Walter en esa soledad, sin otra compañía que su amargo arrepentimiento y sus aterradas obsesiones. El presente era todo miedo y desolación; el futuro mostraba la imagen de una acción horrible que debía llevar a cabo sin remedio, mientras que el pasado se lo envenenaba el recuerdo de su culpa. Si pensaba en su antigua y feliz unión con Brunhilda, surgía ante su imaginación la figura horrenda de ella con los labios goteantes de sangre; si evocaba los días apacibles pasados con Swanhilda, veía su espíritu afligido, con las sombras de sus hijos asesinados. Tales eran los horrores que le acompañaban de día. En cuanto a los de la noche, eran aún más espantosos; porque entonces veía a la propia Brunhilda que, vagando alrededor del círculo mágico que no podía traspasar, le llamaba por su nombre hasta que la caverna resonaba entera con el eco de sus voces estremecedoras. "Walter, amado mío -gritaba-; ¿por qué me huyes? ¿Acaso no eres mío? ¿Mío para siempre... aquí, y en el más allá? ¿Acaso estás pensando matarme? ¡Ah, no cometas ese acto que nos arrojaría a la perdición... a ti lo mismo que a mí!" De este modo le atormentaba su horrible visitante cada noche; y cuando se iba, aún le arrebataba todo descanso. Al fin llegó la luna nueva, negra como la acción que estaba condenado a cometer. El brujo entró en la caverna. -Venga -dijo a Walter-, vámonos de aquí; ha llegado la hora. Y se lo llevó de la cueva a lomos de un corcel negro, cuya visión trajo a Walter el recuerdo de la noche fatal. Entonces refirió al anciano las visitas nocturnas de Brunhilda, y le preguntó ansioso si se cumplirían los temores de perdición eterna que ella le había augurado.-No pueden los ojos mortales -exclamó el brujo- penetrar los secretos oscuros de otro mundo, ni el abismo profundo que separa la tierra del cielo. Walter vaciló en montar sobre el corcel. -Sé decidido -exclamó su compañero-; por esta vez se te concede afrontar la prueba. Si ahora fallas, nada podrá rescatarte de su poder.-¿Qué puede haber más horrible que ella misma? Estoy decidido -y saltó sobre el caballo, y el brujo montó detrás. Transportados con la rapidez de la tormenta que barre la llanura, llegaron en breve espacio al castillo de Walter. Todas las puertas se abrieron de golpe a una voz de su compañero; un instante después estaban en la cámara de Brunhilda. Se detuvieron junto a su lecho. Sumida en un sueño sosegado, descansaba con toda la belleza que le era innata, limpio su semblante de toda huella de horror. Parecía tan pura, tan dócil e inocente, que en la memoria de Walter se agolparon las dulces horas de sus caricias como ángeles intercesores suplicando clemencia para ella. La turbada mano de Walter era incapaz de coger la daga que el brujo le presentaba. -Has de dar el golpe ahora mismo -dijo éste-; si te retrasas una hora tan sólo, al amanecer la tendrás sobre tu pecho, sorbiéndote las gotas vitales del corazón. -¡Horrible! ¡Horrible! -balbuceó Walter temblando; y apartando la cara, hundió la daga en el pecho de ella a la vez que exclamaba-: ¡Yo te maldigo para siempre! -y brotó fría la sangre, manchándole la mano. Brunhilda abrió los ojos una vez más; lanzó una mirada de indecible horror a su esposo y, con voz cavernosa y agónica, dijo: -Tú también estás condenado a la perdición. -Pon ahora la mano sobre su cadáver -dijo el brujo-, y pronuncia el juramento. Walter hizo lo que se le ordenaba, diciendo: -Jamás pensaré en ella con amor, jamás la evocaré deliberadamente; y si su imagen acude a mi cerebro, la expulsaré gritándole: maldita seas. -Ya has cumplido todos los requisitos -declaró el brujo-. Ahora devuélvela a la tierra, de la que no debiste llamarla insensatamente. Y procura recordar tu juramento; porque si lo olvidas una sola vez, regresará, y estarás perdido sin remedio. Adiós... no nos volveremos a ver nunca más -y dichas estas palabras, abandonó el aposento; y Walter huyó también de esta morada de horror, tras dar primero instrucciones para que el cadáver fuese enterrado sin tardanza. De nuevo descansó la terrible Brunhilda en su sepultura. Pero su imagen acosaba sin tregua el cerebro de Walter, de manera que su existencia era un continuo suplicio, en el que luchaba por expulsar de su memoria los fantasmas horrendos del pasado. Sin embargo, cuanto más grandes eran sus esfuerzos por desterrarlos, más intensos y vívidos se volvían; como el noctámbulo que, atraído por un fuego fatuo a una ciénaga o un pantano, se hunde cada vez más en su húmeda sepultura cuanto más se esfuerza en escapar. Su imaginación parecía incapaz de admitir otra imagen que la de Brunhilda: una vez imaginaba que la veía expirar, con la sangre manándole de su hermoso pecho; otra, la hermosa desposada de su juventud le reprochaba haber turbado el sueño de la tumba; y en ambas, se veía obligado a proferir las palabras espantosas: "Yo te maldigo para siempre". Continuamente brotaba de sus labios la terrible imprecación; sin embargo, vivía en el terror incesante de que se le olvidara, o de pensar en ella y no ser capaz de repetirla; y luego, al despertar, de descubrir que estaba en sus brazos. O bien recordaba las palabras de ella al expirar; y espantado ante su terrible significado, imaginaba que se había pronunciado irrevocablemente la sentencia de su perdición. ¿Adónde huir de sí mismo? ¿O cómo borrar de su cerebro estas imágenes y formas espantosas? En el clamor del combate, en el tumulto de la guerra, en su incesante oscilar de la victoria al desastre y del grito de angustia al júbilo de la victoria... en estas cosas esperó hallar al menos el alivio del aturdimiento. Pero también aquí vio frustrada su esperanza. Los dientes gigantescos del recelo atenazaban ahora al que nunca había conocido el miedo: cada gota de sangre que le salpicaba parecía ser de la fría sangre que brotó de la herida de Brunhilda; cada desdichado moribundo que caía junto a él, le parecía que era ella, cuando exclamó en la agonía: "¡Tú también estás condenado a la perdición!"; de manera que el aspecto de la muerte le parecía más aterrador que nada de cuanto le rodeaba, y este terror insuperable le empujaba a abandonar el campo de batalla. Por último, tras vagar sin rumbo durante mucho tiempo, regresó a su castillo. Aquí, todo estaba desierto y silencioso, como si la espada, o una pestilencia aún más mortal, hubiera arrasado la región. Porque los pocos habitantes que aún quedaban, y hasta los criados que en otro tiempo se mostraron más fieles, habían huido ahora de él, como si llevase en la frente el estigma de Caín. Se daba cuenta con horror de que, al haberse unido a los muertos, se había separado de los vivos, quienes no querían tener relación alguna con él. A menudo, cuando se detenía junto a las almenas de su castillo y miraba los campos desiertos, comparaba su actual desolación con el animado movimiento que solían mostrar bajo la estricta pero benévola disciplina de Swanhilda. Ahora se daba cuenta de que sólo ella podía reconciliarle con la vida. Pero ¿podía esperar que le perdonase, y volviese a recibirle aquella a la que tan profundamente había agraviado? Por último, su impaciencia se impuso a su temor: fue en busca de Swanhilda y, con la más intensa contrición, reconoció su complicada culpa. Y abrazado a sus rodillas, le imploró perdón, suplicándole que regresase a su castillo desolado, a fin de hacerlo otra vez morada de la alegría y de la paz. Swanhilda se conmovió al ver a sus pies la pálida figura, apenas una sombra del otrora gallardo esposo. -La locura -dijo con mansedumbre-, aunque me ha causado mucho dolor, jamás ha hecho nacer en mí el resentimiento ni la cólera. Pero, dime, ¿dónde están mis hijos? -durante un rato, el desesperado padre no tuvo fuerzas para contestar a esta pregunta espantosa; por último, tuvo que confesar la horrible verdad-. Entonces nos hemos dividido para siempre -replicó Swanhilda; y todas las lágrimas y súplicas de Walter no le hicieron revocar su sentencia. Despojado de su última esperanza terrena, privado de su último consuelo, hundido en la más grande desgracia en que un mortal puede caer a este lado de la tumba, Walter emprendió el regreso. Y cabalgaba absorto en lúgubres meditaciones por el bosque vecino a su castillo, cuando el súbito sonido de un cuerno le sacó de su ensimismamiento. Poco después vio aparecer a una dama vestida de negro, montada sobre un corcel del mismo color; su traje era como el de una cazadora; pero en vez de halcón, llevaba en la mano un cuervo, e iba asistida por un alegre tropel de caballeros y damas. Cumplidos los primeros saludos, Walter averiguó que llevaban el mismo camino que él; y cuando supo ella que estaba cerca el castillo de Walter, solicitó alojamiento por una noche, dado que la tarde estaba muy avanzada. De muy buen grado accedió Walter a esta petición, ya que la aparición de la hermosa desconocida le había sorprendido gratamente: tenía un parecido prodigioso con Swanhilda, salvo que su cabello era castaño, y sus ojos oscuros y centelleantes. Agasajó con un suntuoso banquete a sus invitados, cuyas risas y canciones llenaron de animación las salas hasta ahora silenciosas. El banquete se prolongó tres días; y tan estimulante resultó para Walter que parecía haber olvidado todos sus miedos y tristezas. Y no se decidía a despedir a sus visitantes por temor a que, al irse, el castillo pareciera cien veces más desolado que antes, aumentando su pesar en la misma proporción. A ruegos fervientes de él, la desconocida accedió a alargar su estancia siete días, que luego prolongó con otros siete. Sin serle solicitado, asumió la dirección de la casa; y empezó a gobernarla con tanta discreción y alegría como había hecho Swanhilda, de manera que el castillo, que hasta ahora había sido morada de la melancolía y el horror, se convirtió en residencia de la fiesta y el placer; y la aflicción de Walter se disipó por completo en medio de tanto alborozo. Su afecto hacia la hermosa desconocida aumentaba de día en día; incluso la hizo su confidente; y una noche en que paseaban juntos lejos del séquito de ella, le contó su espantosa historia. -Mi querido amigo -replicó la desconocida cuando él hubo acabado de hablar-, mal se acomoda a un hombre de tu discreción afligirse por todo eso. Has despertado a un cadáver del sueño de la sepultura, y has descubierto... lo que era de prever: que los muertos no simpatizan con la vida. Y ahora ¿qué? No quieres cometer ese error por segunda vez. Sin embargo, has matado al ser al que habías llamado de nuevo a la vida; aunque lo has hecho sólo en apariencia: no podías quitarle la vida propiamente, puesto que ninguna tenía. Además, has perdido una esposa y dos hijos; aunque, a tus años, tal pérdida puede repararse fácilmente. Hay bellezas que de grado compartirían tu lecho y te harían padre otra vez. Pero temes la cuenta después: ir, abrir las sepulturas y preguntar a los durmientes si eso los turbará. Y así, la desconocida lo exhortaba a menudo a que se alegrase, de manera que, en breve tiempo, su tristeza había desaparecido por completo. Entonces se arriesgó Walter a declararle la pasión que le había inspirado, y ella no le negó su mano. Siete días más tarde, se celebraron las nupcias, y los mismos cimientos del castillo parecieron estremecerse con el tumulto del festín. El vino corría en abundancia; las copas circulaban sin cesar; el desenfreno alcanzaba los últimos extremos, en tanto estallaban sonoras risotadas, rayanas en la locura, entre el séquito numeroso de la desconocida. Por último Walter, enardecido por el vino y el amor, llevó a su desposada a la cámara nupcial. Pero, ¡horror!, apenas la tuvo en sus brazos, la vio transformarse en una serpiente monstruosa que le abrazó con sus anillos horribles, y le estrujó hasta hacerle morir. El fuego comenzó a crepitar en todos los rincones de la alcoba. Pocos minutos después, las llamas envolvieron el castillo, y lo consumieron enteramente. Y mientras los muros se derrumbaban con estrépito tremendo, una voz exclamó muy alto: "¡No despertéis a los muertos!".